Un
paradigma es aquello que tomamos de patrón o modelo a seguir como ejemplo. Estos
son resultado de las experiencias que vive determinado conglomerado o nación. En
un contexto fuera de lo científico podemos decir que son estereotipos internos
o imitados de otras sociedades.
La
República Dominicana vive un proceso que bien podríamos llamar “de retroceso”
en cuanto a valores cívicos, morales y sociales, producto de los nuevos
paradigmas que le han llegado a la sociedad en los últimos 20 o 25 años. En el
lenguaje llano del pueblo se oye el
quejido colectivo de cómo ha cambiado nuestro país en términos cualitativos.
Las manifestaciones o indicativos de tales cambios las vemos, por ejemplo, en:
- La falta de empleo y bajos salarios
- la decepción y deserción por parte de la
juventud, de las labores educativas,
- la marginalidad y exclusión social,
- el auge vertiginoso de la criminalidad,
- la falta de compromiso cívico,
- la pérdida de liderazgos en todos los órdenes,
- la falta de solidaridad con los más necesitados.
Tales
manifestaciones se van sucediendo, unas como consecuencias de las anteriores,
relacionándose entre ellas indefectiblemente. No se necesitan análisis profundos
para ver la realidad que vive nuestro
país, caracterizada e impulsada por tales
expresiones, algunas de ellas acicateadas o incentivadas mediante el vehículo
de la revolución tecnológica y la dimensión cultural del fenómeno globalizante.
A esto se le llama “transculturación”, y el vehículo de más fácil llegada a
nuestras fronteras es nuestra propia diáspora.
La
falta de un empleo que permita a los jóvenes obtener sustento crea en estos el
desencanto, por ser el empleo un factor aglutinante de sus convicciones, al
igual que de sus opciones y actitudes.
Es
una finalidad esencial del Estado, el de fomentar el empleo digno y remunerado,
proteger el derecho al trabajo y dar asistencia a este. Tal obligación del Estado
es establecida por la Constitución de la República del año 2010,
específicamente en su Artículo 62 y sus acápites. Sin embargo, tradicionalmente
los gobiernos no hacen los esfuerzos suficientes en este sentido y tal
obligación la ejercen sólo por clientelismo político.
Resultante
de lo anterior es la falta de poder adquisitivo de las familias, que se traduce
en pobreza y falta de nutrición para niños en edad escolar, lo que provoca la
deserción. Parecido es el panorama en el nivel secundario y universitario. Esto
se traduce en altos grados de marginalidad y exclusión social, que se contacta
en la falta de ciertos estratos de la población al goce de los beneficios que
trae consigo el desarrollo en términos de bienes y servicios básicos.
De
ahí, el auge de la violencia y la criminalidad que actualmente hace nuestro
entorno casi “tierra de nadie” para recordar
aquellas películas del lejano Oeste. La verdadera “Percepción” de la gente es
que las autoridades no han dado la importancia que requiere el fenómeno, no ve
usted que puedan echar mano de un plan preestablecido como política de estado,
y no como hechos para que los resuelvan policías y militares, con acciones
harto manidas y momentáneas.
De
todo este horizonte, se deriva la falta de pautas mínimas de comportamiento
social que permita una buena convivencia en colectividad, en otras palabras
hemos visto descender el civismo en nuestra querida República Dominicana, y los
liderazgos que constituyan referentes beneficiosos se escasean.
Finalmente,
pienso que como faro hacia donde guiar nuestros pasos tenemos el mejor
referente: “El Ideario de Duarte”, quien a decir de un Presidente del Instituto
Duartiano, con su vida ejemplar nos mostró el camino a seguir siendo justos,
honestos, laboriosos y unidos para la consecución de un país feliz. Agregamos nosotros
que sus ideas aún después de su bicentenario exhiben un alto grado de vigencia
por la ética que desbordan, por su alto sentido de lo que es un Estado
democrático de derecho y por su apego irrestricto a los mejores valores
sociales, cívicos y morales. La clase política de la República Dominicana debe
mirarse en el espejo del desprendimiento de Duarte.
Se
hace necesario como política educacional del Estado, el rescate del pensamiento
Duartiano para llevarlo a la conciencia de nuestra juventud.
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